jueves, 28 de agosto de 2014

Como casi siempre

Pasa como pasa siempre de noche, y a oscuras, formas un charco con lágrimas que nadie tiene cojones de ver.

Ni de adivinar.

Pasa que siempre has sido más fuerte que cualquiera de esas piernas que pasaban por delante de tus narices con el único afán de destrozarte los esquemas.
Pero tenias mar.

Tan insignificante, el mar.
Para los que no han cogido aire precisamente cuando él te ahoga.

Tan grandioso, el mar.
Para todo aquel que ahoga los recuerdos en una botella de alcohol en su orilla. Y de paso entierra todas las palabras que se congelaron a diez mil pies del suelo.


Pasa que hasta el hielo en el más duro invierno se resquebraja y cede.


Pasa, como pasa siempre, con la luz apagada y la música prendida, aparece la silueta de tu cuerpo al otro lado de la cama y al abrazarla ya no está.
Como siempre pasaba, nunca te quedabas.

Pasa que cerca de ti hay una paz reprimida que se muere de ganas de entrar en guerra con mi entrepierna.


Pasa como pasa casi siempre; que te vas.


Y un idiota sin mar es capaz de muchísimas tonterías.

Como volver a por ti, por ejemplo.

martes, 12 de agosto de 2014

Por ti.

Por ti cantaría y haría a la lluvia caer.
Para no bailar después.
Para no seguir tus pasos.
Para que no me vuelvas a ver.


Por ti cantaría y haría a la lluvia caer.
Quizá para bailar después.
Para intentar seguir tus caderas.
Para cogerte de la mano otra vez.


Por ti cantaría y haría a la lluvia caer.
Para aprender a bailar en tus pies.
Para mecer tu trasero.
Para ver la noche caer.


Por ti cantaría.
O mataría, tal vez.


Quizá mi canción no suene fuerte,
tal vez se quede en tu oído.
Y solo nos llueva a nosotros,
como cuando estamos en la cama
y se nos inunda el cuarto.


Por ti cantaría.
Y, quizá también,
moriré.

martes, 5 de agosto de 2014

Home

Hay un reloj en el salón que no marca la hora, un sofá que hace tiempo que no acoge el cansancio de ningunas piernas y un recibidor que se cansó de ver más despedidas que reencuentros.

Hay varios cuadros, contienen fotos desgastadas y dichosas de ser observadas por alguien durante más de cinco segundos.
Les gustaría decir tanto...
Les escucharía con el corazón abierto.

Está el interruptor que siempre apaga la luz que no quiero y enciende la de mis miedos. Les enseña el camino para llegar hasta mi y no dejarme dormir.

En mi cuarto hay ropajes de otra época, medallas, un par de cuadros y algún recorte de periódico que hablaba de un niño que marcaba goles. Hizo bien cuando eligió no crecer. Lo echo de menos.

En la habitación de al lado hay retales de un valiente al que los cobardes un día en el pasado atizaron. Como atiza la razón, hoy día, al intolerante que no ve más allá.

Y en la alcoba descansa desde hace tiempo una flor que no marchita.

Es la más bonita.

Me mira y me dice que ese niño de los periódicos ahora no marca goles, pero gana campeonatos y ha sabido pegar todos sus trozos para seguir de pie. Y me recuerda que si caigo ella sabrá amortiguarme.

Es la más bonita.


En el resto de la casa hay varias huellas, un par de lágrimas impregnadas en las paredes y risas en formato podcast.


Está lo que hubo y preparada para acoger lo que un día habrá.