Nací entre lava y volcanes,
entre salitre y arena.
Me criaron los brazos y el calor
de mis padres,
de mis abuelos y tios.
Crecí entre tortas con mi hermano
e historias con mis amigos.
Y me dijeron que debía volar,
conocer otros lugares,
asaltar otras camas
y regresar.
Regresar mucho.
Regresar bien.
Me hizo mayor Madrid,
tanto o más como sus edificios.
Que no llega a ser New York,
pero desde la azotea de su CBA el vértigo te golpea,
mientras el viento te acaricia
y Madrid te parece un poco más bonita.
Derramé lágrimas que no oxidaban andenes,
y solté carcajadas.
Y, mejor, me las devolvieron a corazón abierto.
Me hizo mayor, Madrid.
Visité aquel número quince de la Av Juan Andrés
y te vi asomada en aquel balcón que te vio partir.
Sonreíste, me adivinaste grande.
Me adivinaste adulto.
Y me acariciaste, como nunca dejaste de hacerlo.
Me hizo mayor, Madrid.
Y tuve que regresar cuando ya no parecía tan bonita.
A casa, a sonreír en la orilla.
A dormir sobre la lava,
a caminar descalzo,
a saltar sin miedo.
Y, corazón, que se me escame la piel que todavía no anochece,
y la marea abraza bien.