Ya van veinte, mamá.
Qué vértigo mirar el pasado y ver lo que hemos crecido, lo que hemos soportado. La gente sigue empeñada en creer en tópicos manidos que te instan a no echar, ni si quiera de reojo, una mirada al camino que llevas transitado. Como si fuera una penitencia de la que olvidarse.
Yo sigo haciéndolo, mamá. Y aunque de un tiempo a esta parte, y por suerte, tengo menos tiempo para la melancolía y el dolor, siempre les reservo un hueco cuando mi alma me lo pide.
Por aquello de entender lo necesario de la tristeza, para apreciar y dar las gracias por todo lo que hemos tenido.
Y por lo que tenemos.
Y por lo que, sin duda, tendremos.
He vuelto a dormir en tu alcoba, y lejos de no reconocer estas paredes, he conseguido recobrar el sueño en ellas.
En varias de sus acepciones, mamá.
Si me lees menos es, sin lugar a dudas, porque estoy bien.
Tal y como te prometí.