lunes, 27 de julio de 2020

Vacío

Sabes perfectamente que es cierto que existe un vacío en tu interior,
aunque probablemente no estés dispuesto a llenarlo, 
no, de momento. 

Muchos rehacen sus vidas llenando sus vacíos, 
con otras personas,
con viajes,
con un trabajo nuevo.

Pero tú y yo sabemos que no eres de esos. 

Para ti, rehacer tu vida nunca ha sido depositar tus esperanzas en una nueva relación que tire de ti,
esa responsabilidad no puedes depositarla en cualquiera. 

Ni, tampoco, has sido de recorrer mundo. Aunque te arrepientas de no haber abierto más las alas. 

Para ti mejorar laboralmente nunca ha sido cuestión monetaria, sino de valores. 

Qué complicado, ¿eh?

Para ti, rehacer tu vida nunca ha sido coser las heridas con amores de un rato, con caricias caducas. 

Como si la soledad quemase.

Para ti, rehacer tu vida, siempre ha tenido más de cómo,
en lugar de con quién. 

Porque siempre piensas que quien llegue y vea todos tus trozos va a salir despavorida.

Y es normal. 

Sabes lo complicado que es volver a colocar todo en su sitio. 

Por eso te empeñas en alejarte, en sanarte en soledad. 

Lo has conseguido tantas veces. 

Que siempre piensas que “esta será la última”. 

Pero no. 

Porque que fuese la última solo significaría que no ha vuelto a llegar,
ni a quedarse,
nadie. 

Por ineptitud emocional.

Tuya, claro. 

Estás dispuesto a rehacerte
y a quebrarte 


todas las veces que hagan falta. 

domingo, 5 de julio de 2020

Abraza

Que también es bueno recordar que hablar, 
o escribir, 
sobre lo que nos duele sin miedo a parecer débiles, 
tiene enzimas cicatrizantes. 

Porque la gente va por ahí tratando al dolor y al duelo como una tara, 
como una flaqueza que no nos podemos permitir en esta sociedad inquieta e inconformista. 

Habría que verlos a solas. 

Que hay que tenerlos muy bien puestos para dejar que te vean el alma destrozada. 
Porque ahí si estás dejando, abiertas de par en par, las puertas y ventanales de tu verdad,
de tus fobias. 
Y con eso la gente puede hundirte en la más oscura de las profundidades. 

Tus heridas abiertas, 
de las que nunca quisiste hablar por sentirte culpable. 

Hasta que aprendiste que levantar la mano ante un error, 
cura mejor y más rápido que echar balones fuera. 

Por aquello de no mirar con detenimiento donde tropezaste. 

También es bueno recordar que, 
cuando puedas, 
vuelvas a abrazar. 

Que, 
a veces, 
alguien necesita que le coloques los trozos pero tiene miedo de decirlo. 

Por aquello de espantar con sus tristezas. 

Abraza, 

y abraza tan fuerte que, cuando vuelvan a coger aire, 
ya no queden grietas por donde pueda escaparse.