lunes, 25 de julio de 2016

Desierto emocional

Sí.

Sí, amor. Ando solo.

O, mejor dicho, ando en soledad. Que parece, pero no. Nunca es lo mismo.

Ando en soledad. Avanzo en soledad. Me quiero en soledad.

Limando asperezas conmigo mismo, con sonrisas selectivas. Por no espantar.

Podando las consecuencias de mis errores.

Aunque aquí hace tiempo que no florece nada.

He dejado de regar. Y el sol castiga.

He dejado de perseguir espejismos en este desierto emocional que se ha convertido el conjunto de huesos, vísceras y trastornos que llevan mi nombre y apellidos.

Sí, amor. Echo de menos tu sudor en mis sábanas.

Pero no a ti.

Nunca más a ti.

Sí, amor. Se puede echar de menos aquello que no quieres de vuelta.

Y sí, (des)amor.

Duele.


domingo, 10 de julio de 2016

¿Cuándo?

¿Cuándo acaba todo?

Quiero decir, ¿cuándo nos damos cuenta de que la persona que nos destapa por las noches arrebatándonos ese trocito de sábana(y algo más) ya no es la persona que queremos que nos arrope?

¿Acaso el final de todo llega cuando ya no nos hormiguea el estómago? Cuando comenzamos a sentir esos encuentros como algo mundano, y no como la salvación que supone verla a cinco centímetros de ti.

El silencio ensordecedor en esas cenas, o un paseo donde las manos no palpan piel, sino tecnología.

Ahí es donde debes comenzar a tener miedo.

Miedo, no a que termine esa historia.

Miedo a que esa historia termine contigo.

¿Me entiendes?

Cuando ese miedo aparece nos volvemos fríos, nos parapetamos en una falsa creencia auto-impuesta de que estamos solos porque nadie nos sabe querer.

Nadie. También nos incluye a nosotros.

Porque si hay algo de lo que uno nunca debe de olvidarse es, precisamente, de quererse bien.
De quererse bonito.
De quererse fiel.