viernes, 21 de agosto de 2015

Yo, para mí.

Es lo bueno de romperse,
con los años uno ya sabe
donde va cada trocito de alma.
Un poquito de paciencia en esa herida,
más alegría en el rostro,
que hay algunos que se alimentan de ella.
Y merecen más vida que aquellos otros
que viven de tu agonía.

Es lo bueno de romperse,
con los años uno aprende a no remar con rencor,
a no olvidar, pero dejarlo todo atrás.
Que la corriente siga su curso, vamos.

Al hombre nunca se le ha dado bien eso
de parar a la naturaleza.

Ella siempre gana.

Es lo bueno de recomponerse,
que te das más a ti mismo.
Que te quieres un poquito mejor.

Es lo bueno de recomponerse,
que con los años uno ya aprende
que uno es para si mismo,
antes que para nadie más.



miércoles, 19 de agosto de 2015

El viento que atizaba sin dolor

Paseaba con ella de la mano 
y sentía que llevaba el mundo entrelazado con mis dedos.
Dejábamos huellas en la orilla,
como dejan las grandes acciones
que no se borran
ni con la fuerza de la marea.
Sus manos clavadas en la arena
y en mi espalda.
Y el viento de Famara,
que en lugar de infligir dolor,
era un bálsamo.

Brisa para nuestro calor,
para nuestro sudor.

Daba igual enfermar,
ya estábamos contagiados.

El uno del otro.

jueves, 6 de agosto de 2015

Ebullición

Es difícil acertar con las palabras en noches en las que ni si quiera la Luna es capaz de brillar en condiciones,
noches en las que las estrellas no brillan tanto.

Complicado hacer bonita una taquicardia, que el corazón lleve a los dedos a golpear el teclado. ¡Y qué suerte! No tener que escribir en papel lo que no soy capaz de escribir en formato digital. Resultaría algo así como un manuscrito indescifrable de la historia de mi vida. Un mal chiste que nadie entendería.

Me he leído en muchas líneas. Algunas, incluso, invisibles al resto. De esas que uno se guarda para si mismo cuando está con el ánimo denso.

Y siempre tenía el corazón en plena ebullición.

Y uno empieza a hervir cuando alguien le despierta algo ahí dentro. No voy a decir el qué, hay tantas posibilidades. Tantos ingredientes...

Cae una lágrima en el teclado. Se camufla con su letra y se me encogen los hombros por el escalofrío de pensarla en otras manos. En otros hombros. Se me encoge algo más. Y mis complejos comienzan a doler como una seguidilla de golpes en el abdomen.

"No soy el tipo de hombre que una mujer sueña con tener en su vida".

Un pequeño gato se acerca y me da un cabezazo. Me adivina roto por dentro. Y sus ojos dicen tanto, me susurra su maullido y me vuelve a erizar la piel.

"Pero quizá sea el tipo de hombre que ella necesita en su vida".

El felino apoya su cabeza y parece dormir. Ya no se separa de mí.

Hierve mi pecho. Los ojos me escuecen pero el abdomen ya no duele.

Me he vuelto a leer en aquellas líneas,
y te digo:
no puedes escribir con el corazón encogido.