jueves, 18 de octubre de 2018

Ahora que nadie nos ve

Ahora que nadie nos ve te confieso que he doblado las rodillas,
pero nunca he bajado la barbilla. Ni la mirada.

Ahora que nadie nos ve tengo que admitirte que estoy más roto de lo que logras adivinarme,
pero no me he olvidado de los lugares donde van mis pedazos.

Ahora que nadie nos ve; ojalá sonrías, amor.
Por aquello de que te llamen insensible si lo haces cuando te ven, como si la sonrisa fuera una muestra irrefutable de que todo va bien.

Y no.

Ojalá sonrías, amor.

Ahora que nadie nos lee, te advierto que tengo muchas letras guardadas con tu nombre, borradores con tus apellidos y versos y besos que jamás verán la luz.

O quizá.

En ese libro que nunca podré escribir.

Ahora que nadie nos lee; te quiero, desamor.

Por aquello de nunca ser lo que no podríamos ser por el simple y jodido hecho de ser tú y yo.

Pero como desear ser otros, si solo yo sé como acaricias y solo tú sabes como muerdo.

Ahora que nadie nos ve, no pares amor.

Ahora que nadie nos lee, escríbeme cuando te sientas rota; tampoco me he olvidado de donde van tus trozos.

Por aquello de creerme un héroe si sueltas un ‘te necesito’ a regañadientes.

Ahora que nadie nos ve, te quiero, amor.

miércoles, 10 de octubre de 2018

Carta a mi madre (II)

Hola mamá, ¿cómo estás?

Yo he vuelto a casa. A nuestro hogar. Necesitaba el calor de tu abrazo, el sosiego de tu alma paseando por casa, aunque alguien la haya descuidado tanto que muchos recuerdos se hayan desprendido de las paredes.
Tu foto sigue en el salón.
Y en mi mesita.

Lo intenté lejos de aquí, te prometo que lo intenté.

Pero no pude. Me fallaron las fuerzas.

No puedo reprocharle nada, ¿sabes? Sigue siendo el corazón más bonito con el que he hecho el amor, y podrán pasar decenas, que lo seguirá siendo durante mucho tiempo.
Te tengo que pedir un favor; cuídala, mamá. Está luchando y sabes, tan bien como yo, que las personas con el coraje de no bajar nunca los brazos merecen curarse. Y su pecho late tan fuerte que dan igual las cicatrices.

Y que no pierda la fe.
En si misma.
En su piel.
En sus manos.
En sus ojos.
Que no la pierda.

Gracias, mamá.

Abuelo Guillermo salió a navegar. Yo no pude ir al muelle a despedirlo, me necesitaba a solas, pero sé de buena tinta que en ese oceáno será feliz; en las estrellas nunca hay naufragios.

Lo sé. Fallé. Es otra muesca en mi historial.

Me he arreglado por dentro todo lo que he podido. Hay cosas que todavía necesitan una mano de pintura emocional que tape algunas grietas, pero nada importante.
Ahora voy a arreglarme por fuera. Y aunque el mundo piense lo contrario, para mi es más difícil esto.  En el fondo no estoy tan mal, ¿no crees? Y al metro setenta ya no voy a llegar.
Pero bueno, yo lo voy a intentar. Igual así comienzo a sonreír por fuera y sin miedo de una vez por todas.

Serán quince años, mamá. Quién diría que yo hubiese podido crecer y sobrevivir así, sin ti.
Gracias por toda la herencia. (El mal genio también).

Te volveré a escribir. Y me volverás a leer. Sé que lo haces incluso cuando mis letras no salen de mi cabeza.

Y sí, tranquila.
Yo estoy bien, te lo prometo.