asomaste la cabecita,
estiraste las patas
y saliste a andar.
Pasito ligero, firme, sin prisas.
Solo tú sabías donde querías llegar; no te importaba cuando.
Me invitaste a ser partícipe de tu camino,
tropezar,
caernos,
levantarnos,
sacudirnos las cicatrices
y seguir.
Me dejaste apreciar tu desnudez; en todas sus vertientes.
Te posaste ante a mí sin ropa,
sin miedos,
sin complejos.
Y, ante eso, uno solo puede observar,
suspirar
y afrontar el reto que supone
el recuento im-posible- de todos tus lunares.