martes, 1 de noviembre de 2022

Perdona si a eso no lo llamo amor

Convertimos a la traición necesaria para abrir los ojos.

¿Después de cuántas historias?

¿De cuántos errores?

Propios y ajenos.

Porque enfocamos siempre que el problema viene, exclusivamente, del otro lado del colchón.

Y no siempre es así.

De hecho, casi nunca es así.

Pero, ¿estás preparado/a para esa puta verdad incómoda?

Por eso vas hasta el final.

Por eso remas hasta que se te rompan los remos, hasta que la canoa se destroce por los golpes y empieces a ahogarte.

Pondrás los ojos en los remos, que son débiles.

Y en el material de la canoa que no es resistente.

Te acordarás de quien te invitó a subirte en ella.

Y de quien te prestó los remos.

Pero la realidad es que no querías admitir que no supiste, ni pudiste, remar con más fuerza.

Y no pasaría nada si en la canoa estuvieras solo.

Pero nunca vamos solos.

Y, a veces, por empecinarte en seguir, por no querer admitir que no puedes, aunque se te rompa el corazón de pena, acabarán los dos magullados. 

Dilucidando quién remó menos. Quién remó hacia el lado contrario. 

Quién achicó menos agua o quién decidió adentrarse río arriba.

El problema es que conocían el río.

Sabían que los remos estaban desgastados.

Y que la canoa tenía remiendos.

Suficiente para saber parar a tiempo.

Y, aún así, decidieron seguir por el falso convencimiento de que, por amor, siempre hay que morir.

Perdona si a eso no lo llamo amor.