jueves, 17 de enero de 2019

Deshielo

He de admitir que en mi deshielo emocional
rompo en llanto tres veces al día.

De media.

Y no sé frenar el grifo cuando sí me sé el único responsable
de que broten de mí las lágrimas que ya no cultivan nada.

Debo admitir, también, que luché mucho tiempo por no fijarme demasiado en el reflejo del espejo,
pero cuando surgen las inseguridades internas lo primero que le duele a uno
es lo desbaratado que luce por fuera.

Aunque sea lo menos que urge arreglar.

Cuando esto ocurre la media aumenta a cinco.

Ya no tengo tanta fe en otros corazones.

Ni si quiera en el mío, debería de reconocer.

Cuento con los dedos de una mano los corazones por los cuales pondría la otra en el fuego.

Y eso no me resulta triste. Ni desalentador. Me ayuda a rebajar, o eliminar, expectativas.

Cuando esto ocurre la media se mantiene.
Qué jodido no tener expectativas.
No tener ilusión,
ni esperanza,
de que vuelva a llegar alguien que te lo remueva todo.

La media aumenta, y ya no me apetece esconderlo.

Quizá no quieres que llegue nadie.

Porque en esa comparativa fortuita y amoral que nuestro corazón hace, toda la que llegue saldrá perdiendo. Y uno, que se cree justo, intenta evitar las injusticias.

Debo admitir que en mi deshielo emocional
me rompo en llanto cada rato que estoy a solas,
en esa soledad elegida a dedo
que, tan necesaria y mordaz,
sigue siendo fiel
y, aunque se lo exija,
nunca me abandona.