miércoles, 5 de abril de 2023

Sexagésimo cuarto

Hoy hay sesenta y cuatro estrellas iluminando fuerte el firmamento, dibujando una constelación ahí arriba con tu nombre.

El mismo que tengo tatuado en mi piel.

Lo complicado del paso del tiempo es que cada vez se va uniendo más gente ahí arriba para regalarte las sesenta y cuatro rosas que me encantaría dejarte a los pies de la cama cada 5 de abril. 

Lo inherente al paso del tiempo es que hay pocas heridas que me cojan por sorpresa, mamá. Antes escribía a cada rato, a cada paso, a cada tropiezo, a cada triunfo. 

Hoy me basta con cerrar los ojos y recordar.

La terapia ha dejado paso a la cotidianidad del dolor, que lejos de superarlo, se ha quedado a vivir en mi pecho. Tiene cobijo y, de vez en cuando, lo alimento con fotos y vídeos donde he vuelto a escucharte llamarme pimpollo.

Lo positivo del paso del tiempo y de esa cotidianidad, mamá, es que de un modo u otro el dolor me retroalimenta.
Tu ausencia siempre ha sido combustible, algunas veces usado para incendiar mi alrededor por no saber, ni comprender, como seguir adelante. Y otras, la gran mayoría, como impulso cada vez que doblaba las rodillas y dejaba la mirada clavada en el suelo creyendo que no podía más.

De un tiempo a esta parte, mamá, he vuelto a mirar más al cielo. Como hacía cuando era niño y marcaba un gol, agradeciéndote así que sigas, porque sé que sigues, apoyando cada paso que doy.

Hoy hay sesenta y cuatro estrellas iluminando fuerte el firmamento, dibujando una constelación ahí arriba con el nombre de la mujer de mi vida.