martes, 29 de septiembre de 2015

Media vida

Hoy todo duele un poquito más,
el frío otoñal me cala los huesos,
los alisios me golpean el rostro
y comienzo levemente a tiritar.

Me queda grande tu legado,
pienso,
mis ojos vidriosos quieren mirar más allá.

Arriba. Donde nunca has dejado de brillar.

Llevo media vida buscándote en otras pieles,
en otros ojos, en otros abrazos.
Se me eriza la piel cuando entro en razón,
cuando comprendo que tu amor, por fugaz e intenso,
nunca tendrá parangón.

Hace media vida que comencé a escribir sinrazones,
y todavía muchos no lo entienden.
Pero no me duele.
Me calma.
Saberlos libres de tal quemazón,
sin la frustración de perder al amor de su vida.
Me queda el sosiego de saberte viva.
En el corazón de la que olvida todo excepto las estrellas que crió.
En las manos del hombre al que amó.
En la fortaleza del hijo mayor al que arropó.
Y en mis ojos.

Me calma saberte en mi habitación cada madrugada.

Se me ha escapado media vida echándote de menos,
y se me escapará la vida entera.




'Como quisiera que tú vivieras 
que tus ojitos jamás se hubieran 
cerrado nunca y estar mirándolos.' 

          Amor eterno - Juan Gabriel

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Te mentiría

Te mentiría si te dijera que no duele,
o que no te echo de menos cuando el frío aprieta.
Que no añoro mis ganas de cruzar esa carretera apagada
en busca de cualquier resquicio de amor que pudieras darme.

Te mentiría si te dijera que he dejado de olerte en mi piel.

Hay olores tan fuertes que hacen daño.

Podría hablarte de ella, que está recomponiendo con paciencia cada trocito de mí,
sabiéndote en cada pesadilla, viéndote en mis ojos cuando le cuento lo estúpidos que fuimos.
Y no tiene prisas, sabe que no puede curarme. Que debo ser yo el que cierre tu herida.

Te mentiría si no te dijese que, a pesar de todo, a veces sonrío cuando pienso en aquel ascensor al que, quizá, nunca debí llegar. Y en tu maleta roja. Y en tu maldito hilo rojo que debimos cortar hace ya tiempo.

Siempre rojo. Como las sábanas que compartimos la última vez que nos quisimos. Como las sábanas que recogieron la sangre que derramé cuando me rompiste en mil pedazos. Como una cruel casualidad. Como otra causalidad por no querer desprenderme ni un segundo de tu hiriente esencia.

Y a eso juego, a engañarte. A intentar engañar a mi memoria.
A jugar con las primeras caderas que me mareen,
o con la primera melena que se deje agarrar.
A mantener el corazón ocupado
bombeando sangre,
mientras la que se mece en mis piernas no eres tú.

Mientras la que busca mi calor entre sábanas azules no eres tú.

Porque ya nunca más serás tú.

Porque te mentiría si te dijera que quiero que vuelvas.

Y, a fin de cuentas, que tú volvieras solo significaría una cosa;

que sería yo el que se marcharía.