miércoles, 2 de junio de 2021

Complejos

No es que me costara quitarme el miedo. 

Es que, simplemente, no pude.

Lo abracé, escuché sus razones y las entendí.

Aprendí a vivir con él, con la parte baja del cuello eternamente engarrotada.

Y el pecho, de paso.

Para sonreír hacía muecas con la nariz y la edad se ha encargado de otorgarme unas patas de gallo que, si te fijas bien, logras adivinar quien pone a revolotear mariposas en mi jardín.

Hace un tiempo, cuando huía de la culpa, responsabilizaba a mis complejos de que alguien no me abrazara durante un par de segundos más,
o de quien desviaba la mirada,
su tacto,
y, peor aún, su tiempo,
a otros que vivían sin esas sogas.

Hasta que me di cuenta de que me había olvidado que la gente nota lo que proyectas.

Y yo ya no quiero que tú notes el miedo en mi risa,
quiero que te subas en ella.

No quiero que notes miedo en mis caricias,
quiero que te envuelvas en ellas.

No quiero pasear mirando al suelo, por si un tropiezo te hace dudar.

Quiero pasear, agarrándote fuerte la mano,
y que si tropiezo sea como ese paso de baile que nunca supe dar,
por estar demasiado nervioso poniendo la mano en tu cintura.

Para que lo entiendas,
que solo quiero que el único miedo que me alimente sea el de que te olvides que,
quien pone a revolotear mariposas en mi jardín, 
eres tú.