jueves, 25 de noviembre de 2021

Despedidas

Mi madre nos dejó cuando yo tenía doce años. 

No pude despedirme de ella. 

Nunca he querido entrar en quien, o qué, tuvo la culpa de que no lo pudiera hacer. 

Pero siempre he pensado que fue la esperanza. 

La esperanza de que volviera curada a Lanzarote. 

El tiempo se adelantó y se llevó por delante a mi madre

Una de las últimas conversaciones que tuvimos fue sobre fútbol y sobre cómo debemos entender la victoria y la derrota según las circunstancias. 

En esa conversación me habló de que, a veces, incluso dándolo todo, perderemos. 

Y no va a pasar nada. 

Porque te levantarás y volverás a intentarlo.

La derrota, siempre, está en el hecho de no empujar con todas nuestras fuerzas.

No le pude hablar de los amores de mi vida. De la cantidad de errores que llevo a mi espaldas. 

Pero tampoco de los besos, de los abrazos y de las veces que me han susurrado cerca del oído y del corazón.

Me hubiese gustado saber su opinión sobre cada una de las pieles en las que habité.

No pudo verme volar a Madrid.

Esa ciudad que se quedó un pedacito de ella.

Mi madre se fue cuando yo tenía doce años y,
aunque no pude despedirme de ella,
sigo viendo sus ganas de vivir reflejadas en mis ojos.


jueves, 11 de noviembre de 2021

Pensadero

 Tengo la manía de volver al lugar donde me hicieron daño.

No te hablo de volver a acariciar pieles que "pinchaban", o abrazos que, en lugar de darte aire, te lo arrebataban,

Me refiero al recuerdo.

Desgranar cada momento, aunque hiera.

Comprender por qué alguien hizo lo que hizo.

En ocasiones ese alguien también pude ser yo, salvo que no me hubiese dado cuenta si no echo la vista atrás.

Entiendo al que tiene miedo de observar su pasado, por aquello de añorar emociones que ya no volverán jamás.

Y que duela. Porque siempre duele.

Pero para mí siempre ha sido necesario.

Comenzó así, siendo una necesidad para recordar cuando ella me llamaba 'pimpollo' y, a medida que iba avanzando el tiempo, se convirtió en un examen emocional al que me someto constantemente.

Para evitar las piedras de siempre.

Las propias y las ajenas.

Porque, en el fondo y entre tanta hiel, siempre hay resquicios de felicidad embotellada en una lágrima.