miércoles, 16 de octubre de 2019

Dieciséis

Ya van dieciséis, mamá.

Mi número de la mala suerte.

Si en aquel frío enero del año 2000 me hubiesen dicho que el dieciséis iba a convertirse en algo más que nuestro número de la calle, igual hubiese preferido no crecer, dividirlo entre dos y quedarme con la mitad en Garajonay.

Yo, que no creo en las supersticiones, le tengo pánico a los jueves, al número dieciséis y a los años impares.

Es mi veneno emocional.

Yo, que no creo en las casualidades, me he topado con varios números quince que me endulzan el mal trago de quien le sucede.

Como si la vida me dijera; 'tranquilo, chaval, tampoco es para tanto y la vida es tremendamente bonita’.

Ya van dieciséis, mamá. Tu ausencia va camino de la mayoría de edad y yo sigo siendo el niño que quería darle patadas a un balón y señalar al cielo después de marcar gol.

Estoy feliz, mamá. Seguro de quien soy, de a donde voy y del camino que debo escoger. Muchos dicen  la bondad te trae más problemas de los que te soluciona, y yo creo que, precisamente, ese es el problema. La bondad está tan infravalorada que, en ocasiones, la gente valora más lo vil.

Dieciséis, y todavía me pregunta la gente cómo hemos hecho para crecer como lo hemos hecho mi hermano y yo. No hay trucos para eso, pero considero que tenerte tan presente siempre ha sido el motor de nuestras vidas.

Espero que estés orgullosa de nosotros, ese es nuestro único afán.