miércoles, 10 de octubre de 2018

Carta a mi madre (II)

Hola mamá, ¿cómo estás?

Yo he vuelto a casa. A nuestro hogar. Necesitaba el calor de tu abrazo, el sosiego de tu alma paseando por casa, aunque alguien la haya descuidado tanto que muchos recuerdos se hayan desprendido de las paredes.
Tu foto sigue en el salón.
Y en mi mesita.

Lo intenté lejos de aquí, te prometo que lo intenté.

Pero no pude. Me fallaron las fuerzas.

No puedo reprocharle nada, ¿sabes? Sigue siendo el corazón más bonito con el que he hecho el amor, y podrán pasar decenas, que lo seguirá siendo durante mucho tiempo.
Te tengo que pedir un favor; cuídala, mamá. Está luchando y sabes, tan bien como yo, que las personas con el coraje de no bajar nunca los brazos merecen curarse. Y su pecho late tan fuerte que dan igual las cicatrices.

Y que no pierda la fe.
En si misma.
En su piel.
En sus manos.
En sus ojos.
Que no la pierda.

Gracias, mamá.

Abuelo Guillermo salió a navegar. Yo no pude ir al muelle a despedirlo, me necesitaba a solas, pero sé de buena tinta que en ese oceáno será feliz; en las estrellas nunca hay naufragios.

Lo sé. Fallé. Es otra muesca en mi historial.

Me he arreglado por dentro todo lo que he podido. Hay cosas que todavía necesitan una mano de pintura emocional que tape algunas grietas, pero nada importante.
Ahora voy a arreglarme por fuera. Y aunque el mundo piense lo contrario, para mi es más difícil esto.  En el fondo no estoy tan mal, ¿no crees? Y al metro setenta ya no voy a llegar.
Pero bueno, yo lo voy a intentar. Igual así comienzo a sonreír por fuera y sin miedo de una vez por todas.

Serán quince años, mamá. Quién diría que yo hubiese podido crecer y sobrevivir así, sin ti.
Gracias por toda la herencia. (El mal genio también).

Te volveré a escribir. Y me volverás a leer. Sé que lo haces incluso cuando mis letras no salen de mi cabeza.

Y sí, tranquila.
Yo estoy bien, te lo prometo.


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