lunes, 24 de septiembre de 2018

Regresión

Lo bueno de regresar y visitar de nuevo a tus fantasmas del pasado es darte cuenta de que ellos siguen siendo los mismos,
pero tú no.

Y ahora lo tienen más complicado para asustarte, para acongojarte y que tus complejos te lleven a la ruina.

Ahora les miras a los ojos, los retas.

Y son ellos los que salen huyendo.

Tus fracasos te han hecho mayor. Tus tropiezos te han enseñado a andar, a correr y a saltar.

Llegar a destiempo te ha enseñado a esperar, o a no hacerlo.
Es jodido pasarte toda una vida llegando tarde.
O temprano.
Pensabas que los impuntuales eran otros.
Y, en realidad, eras tú.
Campeón.

Tu corazón ya no se acelera. Uno que te abrazó fuerte te enseñó que no debe tener prisas, que llegará otro que te abrace y quiera compaginar sus latidos a tu ritmo.

Y te enseñará a bailar.

El desdén del alma que habita en tu antiguo hogar te ha enseñado en lo que no debes convertirte,
que descuidar a la sangre de tu sangre es provocar una hemorragia emocional que si llevas al límite nunca cura.
Nunca cierra.
Nunca cicatriza.
Y en heridas abiertas siempre es más fácil hacer daño.

Y ésto último te ha enseñado a dejar de lado el rencor.
Que no sirve de nada.
Que lo único que alimenta es el odio y la rabia. Desmedidos.
Y lograr dejar de lado el rencor te ayuda a andar más liviano,
te abraza el sosiego,
y abrazar a un corazón con el que sufriste se convierte en un bálsamo.
Para terminar de comprender que no son nuestros errores los que marcan nuestros fracasos,
sino la pasividad y la desgana con la que aceptamos que debemos analizarnos después de cada zancadilla.
Mirarnos al espejo.
Nuestras cicatrices. Y los puñales con los que hemos hecho daño.
Cuidar las primeras. Enterrar los segundos.

Y seguir bailando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario