viernes, 6 de octubre de 2017

Carta a mi madre

Hola mamá, hace ya un tiempo que te marchaste, pero aquí parece que siempre es el día siguiente a tu partida.

Siempre es otoño en mi vida desde aquel dieciséis.

Querría contarte varias cosas, así que deja un ratito los crucigramas y escúchame; tengo café y galletas de canela.

He arreglado los pasillos en los que aprendí a andar. Bueno, me han ayudado. Y nunca tendré vida suficiente para agradecérselo. Ahora se puede respirar dentro de estas paredes. Es un hogar, y tiene mucha luz.

La abuela sigue luchando, dicen que cada vez le cuesta más recordar. Yo pienso que lo hace adrede; el mundo cada vez está más malito y es mejor ser selectivo con la memoria. Ella a mi no me engaña; cuando la miro a los ojos me grita amor. Y eso no lo hace alguien que no recuerda tu mirada; quizá es porque te ve en la mía.

No llores, mamá. La abuela es feliz. Canta, ríe y nos cuenta historias. Espero que tardes mucho en reecontrarte con ella.

Mi hermano está irreconocible. Estarías orgullosa de él. Yo nunca se lo digo, porque me sabe mejor meterme con él y buscarle las cosquillas, pero yo también lo estoy. Creo que ha entendido, después de mucho tiempo, lo importante que es vivir primero para uno mismo. Ha sido fuerte durante todo este tiempo, me ha abroncado cuando ha sido necesario y cuando no, pero siempre con las expectativas puestas en que aprendiera. En que creciera. Supongo que de tanto tirarme de las orejas he aprendido a escuchar.

De papá no sé qué decirte. Desde aquel día lleva perdido. El problema es que se buscó una brújula que no le marca el norte. Tú no llegaste a verla, pero en una película de piratas, el protagonista tiene una que le marca la dirección de lo que más anhela. La brújula de papá no es pura y él hace ya tiempo que naufragó.

Llora, mamá. Por las causas perdidas es bueno llorar para filtrar la impotencia y seguir adelante más livianos.

También quería pedirte consejo, te fuiste demasiado pronto. A veces no sé estar a la altura de los amigos que tengo. Me acongojo. Y no sé demostrarles que sigo estando ahí a pesar de todo, me da miedo no lograr que lo vean y perderlos. Supongo que no termino de acostumbrarme a que haya gente dispuesta a ayudarme sin pedirme nada a cambio; la costumbre de andar en soledad desde los doce.

Yo estoy bien, te lo prometo.

He vuelto a cometer errores, seguro. He vuelto a decepcionar a alguien, aunque no me lo hayan dicho. Estoy seguro de todo esto porque es inevitable. Solo espero que tú me perdones cuando no esté a la altura de tus expectativas. Me obligo a ser mejor cada día, pero a veces cuesta.

¿Sabes, mamá? Creo que la he encontrado. Ahora mismo está durmiendo, descansando en la alcoba donde tu me acogías las noches en las que tenía miedo. Duerme y se que tú velas por sus sueños igual que lo haces por los míos. Nadie me ha hecho tan feliz como ella. Se merece el cielo, mamá.

Creo que no se me queda nada.

Volveré pronto a escribirte.

Quizá no desde nuestro hogar, quizá vuelva a volar. Sabes que siempre fui muy inquieto.

Tranquila, mamá. Yo estoy bien, te lo prometo.

Ahora te dejo descansar y, como dice un buen amigo mío; nos veremos en las estrellas.



No hay comentarios:

Publicar un comentario