martes, 5 de agosto de 2014

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Hay un reloj en el salón que no marca la hora, un sofá que hace tiempo que no acoge el cansancio de ningunas piernas y un recibidor que se cansó de ver más despedidas que reencuentros.

Hay varios cuadros, contienen fotos desgastadas y dichosas de ser observadas por alguien durante más de cinco segundos.
Les gustaría decir tanto...
Les escucharía con el corazón abierto.

Está el interruptor que siempre apaga la luz que no quiero y enciende la de mis miedos. Les enseña el camino para llegar hasta mi y no dejarme dormir.

En mi cuarto hay ropajes de otra época, medallas, un par de cuadros y algún recorte de periódico que hablaba de un niño que marcaba goles. Hizo bien cuando eligió no crecer. Lo echo de menos.

En la habitación de al lado hay retales de un valiente al que los cobardes un día en el pasado atizaron. Como atiza la razón, hoy día, al intolerante que no ve más allá.

Y en la alcoba descansa desde hace tiempo una flor que no marchita.

Es la más bonita.

Me mira y me dice que ese niño de los periódicos ahora no marca goles, pero gana campeonatos y ha sabido pegar todos sus trozos para seguir de pie. Y me recuerda que si caigo ella sabrá amortiguarme.

Es la más bonita.


En el resto de la casa hay varias huellas, un par de lágrimas impregnadas en las paredes y risas en formato podcast.


Está lo que hubo y preparada para acoger lo que un día habrá.

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