martes, 12 de enero de 2016

Espejismo sentimental

Ahí estaba yo, abandonado en mi particular desierto. Sin prisas. Sin el agobio del que no encuentra agua, ni comida. Sin la presión del silencio que aporreaba mi pecho cada noche.

Solo.

Con una soledad elegida a dedo. De esas que uno acoge para quererse un poquito más y, sobre todo, mucho mejor. De esas que uno necesita para crecer un poquito más, vivir mejor, abrazar mejor... Todo iba a mejor.

Hasta que apareció un oasis.

En mitad de aquel desierto, un lago enorme de ilusión que aparecía para saciar una sed que, en realidad, nunca tuve. Palmeras para cobijarme del fuego que suponía cargar conmigo a cuestas bajo la luz del Sol. Sus hojas, para abrigarme del frío cuando la Luna se alzaba al anochecer.

Me creí dichoso.

¿Qué hacía yo antes de ti?

Saber vivir. Saber mirar hacia delante. Quitarme el frío con mi amor propio que, aunque no lo creas, un día me sustentó.

Me creí afortunado.

Y resultaste ser un espejismo sentimental de esos que hacen trizas.

Ni lago, ni palmeras, ni sus hojas.

Resultaste ser más arena. Más desierto.

Un organismo inerte.

Incapaz.

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