Entonces me encontré aquella bifurcación. Y yo elegí entre dos senderos. Y aquel maldito camino por el que avancé tenía piedras, zanjas, aludes, barrancos y de todo lo que a uno puede cortarle el paso.
Pero seguía avanzando. Lo importante es que seguía avanzando.
No podría enumerarte aquí la cantidad de heridas que me hice, la sangre y las lágrimas que derramé mientras cruzaba toda esa 'selva'.
Seguía avanzando.
Tuve que ser yo el que me suturara la heridas, el que me secara las lágrimas y el que cargara con el despojo en el que me había logrado convertir aquella vereda repleta de obstáculos.
Un día me acaricié las heridas y sentí mi piel más fuerte.
Más gruesa.
Más resistente.
Ahora avanzaba más rápido.
Al día siguiente me topé con un lago y me vi reflejado en él.
Me observé por dentro y me sentí mayor.
Más grande.
Más seguro.
Ahora avanzaba sin prisa.
Al cabo del tiempo me di cuenta de que ya no había más árboles a mi alrededor. Ya no me encontraba piedras, nada que me frenara ni me hiciera doblar las rodillas. Entonces miré al cielo. Y vi tropecientas constelaciones. Y me imaginé viajando por ellas.
Y después un tiempo te encontré a ti, mientras se me terminaban de caer las costras de todas las heridas que sufrí. Y me acariciaste valiente, sin temer. Descubrí tu constelación y me acordé de aquel día en el que soñé navegar por las estrellas.
Nunca más he querido despegar los pies de la tierra.
Ahí entendí que volvería a elegir el mismo camino si la vida me pusiera de nuevo en aquella bifurcación,
porque después de todo,
de tanta odisea,
de tanto dolor,
tú.
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