Imprescindible suprimir el daño recibido para querer bien.
Para querer bonito.
Nadie debe tragarse los restos de quien no supo.
Es mirar a sus ojos como una nueva historia, como si volvieras a nacer.
Caer y levantarse.
Creer y decepcionarse.
Nadie debe ponerte vendas, ni tiritas. Nadie debe curarte. Salvo tú mismo. Por el riesgo de meter el dedo en la yaga y escocer muy dentro. Muy fuerte. Tanto que empieces a ver en sus ojos una vieja historia.
Sánate tú la herida y que pueda acariciarte sin miedo a rozar la cicatriz, sin miedo a levantar la costra.
Suprime el daño, pero no la lección.
Ni la lesión.
Excluye aquel abrazo vacío de tu piel y despréndete de las escamas.
Y ama. Ama bien.
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