martes, 3 de noviembre de 2015

Pienso fuerte

Pienso fuerte de madrugada en esos errores que nos traen de cabeza, nos torturan el sueño y nos impiden subir la barbilla. Pienso fuerte y analizo cada matiz del tropezón; la amplitud de la piedra, lo hermosa que pudiera ser la misma o, incluso, si ya nos habíamos visto las caras antes. De ser así, ¿quién cojones la puso ahí de nuevo? ¿Yo?

Pues chico, puede ser.

Y eso es uno de los matices que más nos cuesta admitir. Aceptar que las heridas que hacen que brote la sangre, y lo que no es la sangre, son culpa únicamente nuestra. 

Pienso fuerte en quienes olvidan los tropiezos y quieren creer que allí no hubo ninguna piedra, que solo fue un escalón. Vale, de acuerdo. Pero no te olvides del escalón, ni de su grosor, ni de cuantas vueltas te hizo dar cuesta abajo. Pienso fuerte porque nunca se me ha dado bien olvidar los errores que un día me hicieron trizas. Ni los ajenos ni, mucho menos, los propios. 

Y tengo piedras, escalones, riscos, zanjas y saltos al vacío sin paracaídas. Un experto en la materia.

Pienso fuerte y vienes a visitarme. No debería tener tan buena memoria. Pero tampoco me gustaría tener la tuya, amiga mía. Tan selectiva y mordaz que a veces da miedo. Otras, pena. Quizá la vida te enseñó a ser así, no te culpo. Todos tenemos nuestros trucos para creer, en algunas ocasiones, que no hacemos el daño que realmente infligimos. 

Pienso más débil, me abraza el sosiego y sé que con las heridas que tengo nadie volverá a doler como tú. Quizá más, quizá durante más tiempo. Pero no como tú. 

Pienso calmado y comprendo que, para amar bien, hay que tener el corazón fuerte y la memoria sana.

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