De repente, un volantazo.
Que te lleva fuera de la carretera, que te introduce en el camino correcto.
¡Qué paradoja!
De repente una ola rompe en tus caderas,
y mis pantalones se quiebran por dentro
al mismo ritmo que mi pecho.
De pronto emerges,
floreces,
iluminas.
Y no marchitas.
Joder, ¡y no marchitas!
De repente el cristal empañado del coche,
y los dos sudando,
empapados,
sin taparnos.
Enfermamos el uno del otro,
y no,
no hay mejor tratamiento
que tú encima de mí
o
viceversa.
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